La mezcla de protesta democrática y violencia que sacudió a Chile a fines de 2019 amenazando su democracia, encontró en el cambio constitucional -un viejo anhelo de la izquierda- una vía institucional para canalizar la crisis. Así, la cuestión constitucional fue liberada de su lámpara, abriendo un periodo de inestabilidad, donde tanto las oportunidades como las amenazas fueron enormes. Tras dos procesos fallidos, el “genio” de la Constitución vuelve a su contenedor, paradójicamente, empujado por quienes lo invocaron, y con pocas probabilidades de emerger nuevamente en los próximos años. Si bien representa un fracaso de la política, también deja un proceso de grandes aprendizajes, siendo el más importante la baja disposición de la ciudadanía hacia el cambio no consensuado. Chile seguirá conviviendo con los riesgos propios de la polarización, la falta de acuerdo en políticas públicas fundamentales y, ahora, con un cuórum de reforma constitucional y de Leyes Orgánicas Constitucionales extremadamente bajo.